Roberto Velasco, la magia de convertir una idea en materia



Roberto Velasco es un arquitecto que entiende el habitar como el acto consciente de apropiarse de un espacio, y observa que en la arquitectura como en la arqueología puedes descubrir a través de cosas materiales la vida de las personas que alguna vez habitaron ese lugar.

Nos cuenta que en su trayectoria como arquitecto ha tenido dos vidas; la primera surge al terminar la carrera y está íntimamente relacionada a la arquitectura residencial, mientras que la segunda está dedicada a proyectos en donde la escala es otra: plazas comerciales, hoteles y otros desarrollos de usos mixtos en donde el cliente tiene un interés económico y sus motivadores son de negocio. Ésta se gesta al estudiar una Maestría en Planeación Urbana Regional y en donde busca entender el fenómeno inmobiliario desde el punto de vista económico. Sin embargo, nos confiesa que nunca ha dejado de ser él, pues continúa nutriéndose de la arquitectura más emocional y busca viajar para encontrarse con ella.


“Sigo apasionado de esa arquitectura. Puede que no me sirva de manera utilitaria en KMD donde trabajo hoy, pero sí emocionalmente, porque finalmente yo hago todo el diseño. Es una experiencia emocional, holística… que aunque sé que no será algo que plasme tal cual en el hotel que diseñemos aquí, dicha información se queda en lo más profundo del cerebelo y es alimento espiritual.”






Roberto es alguien a quien le mueve el sentimiento humano, quien encuentra valía en la conexión personal y quien considera verdaderamente importante encontrar algo que le despierte y lo motive a desarrollar algo más que un ente utilitario. Observa que no sólo es el pedazo de arquitectura en la ciudad y ganar dinero con esa pieza, sino una especie de mística y chispa que conecta de por vida a las personas involucradas.

Se siente muy orgulloso y asustado de la fragilidad humana que hay en el proceso arquitectónico, pues contiene un tema de confianza que se da no solamente porque hay mucho dinero involucrado, sino también por la existencia de un gran proyecto; ya sea un edificio muy grande o la casa de una familia, la cual será la casa de su vida. Comenta sobre la enorme responsabilidad que esto implica, ya que personas con distintos intereses confiaron en que sus ‘rayas’ tomarían forma para lograr un espacio en el que vivirían veinte años. Y para él, ese es el premio.




“La magia de convertir una idea en materia, y que esa materia la puedes vivir; puedes entrar en ella, puedes entender que le creaste un espacio a alguien que a lo mejor no lo tenía planeado pero es su espacio favorito porque le pusiste una ventana que ve a no sé dónde… A mí por ejemplo, me encanta poner higueras y la gente a quien le hice esas casas me regalan todavía higos de ellas. Entonces, sí creas vida a través de una serie de decisiones bastante arrogantes y arbitrarias. Ves que esos garabatos hoy tienen una vida ahí dentro.”



Para él, hacer una casa es participar del proceso de una familia y tener contacto con la materialidad de las cosas; es pasar de un trazo a un muro.



“Creo que esto es lo que hace que diario sienta esto como una bendición, pero también el comprender que me están dando un terreno, lo que significa un pedacito de planeta que vas a intervenir con algo que se quedará ahí cincuenta años; es sagrado ese sitio. Es una opción en tu vida única e irrepetible, porque si tu ocupas eso ya no lo ocupó nadie. Así que esto es algo sí me asusta, es una gran responsabilidad… lo tomo muy en serio.”






Es un arquitecto con mucha sensibilidad hacia el entorno y la naturaleza, un aficionado del paisaje y los jardines, cuya reflexión se torna hacia el papel que juegan los árboles y las plantas en nuestra vida, haciéndolos partícipes de sus proyectos. Considera que ellos llegaron antes que nosotros y por lo tanto hay que honrarlos.


“Es la forma en que yo vislumbro envejecer. Es la misma conexión con el planeta y con la humanidad a diferente escala, no importa si son veintinueve ceibas o es un aguacate…”


Roberto respeta y admira el trabajo de Piet Oudolf, un arquitecto paisajista que busca cambiar el paradigma de la belleza a través de su tesis: “ya no hay agua y no habrá más”.



Lo estimula la música clásica, la arquitectura, la pintura, la escultura y la literatura. En ésta última, destaca a Jorge Luis Borges y a Shakespeare, mientras que en la arquitectura señala a Luis Barragán, a Renzo Piano, a Mies van der Rohe y a Frank Lloyd Wright; además de reconocer que hay mucha arquitectura anónima que lo inspira.